Las lipoproteínas de alta densidad (HDL) transportan el colesterol para ser metabolizado en el hígado. De esta manera, se disminuye el depósito de grasas en los tejidos, razón por la que se le conoce como colesterol bueno (Harper, 2012) (Alfonso, 2008).
Por otro lado, las lipoproteínas de baja densidad (LDL) cumplen la función de transportar el colesterol unido a un ácido graso, que es incapaz de reaccionar con el agua. Este tiende a acumularse en los tejidos del organismo y en las paredes de las arterias. Este tipo de colesterol se conoce como colesterol malo.
El colesterol que suele depositarse en tejidos como las paredes de las arterias favorece el desarrollo de arteriosclerosis, una enfermedad que afecta la circulación sanguínea al obstruir las arterias. Esto ocasiona la aparición de padecimientos como el infarto de miocardio y la enfermedad coronaria.
En cambio, el colesterol transportado por las lipoproteínas de alta densidad, al ser empleado en el metabolismo por el hígado, no se deposita en los vasos sanguíneos y por consiguiente lleva a tener un menor riesgo de desarrollar estas enfermedades del corazón.
Un incremento de 1 mg/dL (miligramo por decilitro) de la concentración de colesterol HDL en la sangre, reduce hasta en un 6% el riesgo de presentar un evento coronario, independientemente de los valores de colesterol LDL (Singh, 2007).